Uno, dos, tres… por la adultez
Antonio Alonzo Ruiz (*)
Sin perder el hilo de nuestra serena conversación y recordando mi insistencia en saber su nombre, mi nueva interlocutora, con templada voz declaró, me llamo Sobriedad. Y, a diferencia de lo que muchos piensan —revela— mi nombre no se relaciona con privaciones o carencias y menos aún con la miseria humana.
Mi labor se relaciona con tus capacidades superiores de pensar, reflexionar y decidir, que te capacitan para dar a las personas y a las cosas su justo valor y satisfacer enteramente tus necesidades, desde las más básicas hasta las más elevadas, estableciendo límite a tus apetitos que, dicho sea de paso, con frecuencia tienden a salirse de control.

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