Uno, dos, tres… por la adultez
Antonio Alonzo Ruiz (*)
Sin salir todavía de mi asombro por las sorprendentes declaraciones hechas por mi guía Sobriedad acerca de los trastornantes efectos de la gula, comencé a percibir en todo el ambiente una extraña brisa.
¿Por qué a medida que avanzamos, pregunté, se enrarece el ambiente?
Muy cerca estamos, contestó Sobriedad, del Valle de los caídos.
En ese mismo momento, a corta distancia, observé una especie de gran lago, amarillento, efervescente, cuyas burbujas al reventar expelían un denso humo que se adivinaba gaseoso y, a la vez, pestilente.
Seguimos avanzando. El paisaje era de pesadilla.
Advertí en mi interior, como si leves síntomas de ansiedad trataran de tomar el control de mis pensamientos y reacciones.
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